¿»Cambalache» en Costa Rica?

[:es]Pareciera que en nuestro país la frontera que separa lo moral de lo inmoral es cada vez más tenue, su trazado se ha difuminado casi hasta desaparecer. Prueba de ello son las noticias que cotidianamente nos trae la prensa nacional, sobre hechos de dudosa moralidad, en los cuales se han visto involucradas personas provenientes de todos los ámbitos del acontecer nacional: empresarios, profesionales liberales, empleados públicos, funcionarios de elección popular, así como políticos, de diversos partidos y colores. ¿Será que en nuestra sociedad los valores de probidad, rectitud y honradez están destinados al olvido?

Tango. Al hacer estas reflexiones suenan en mi mente los compases del tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo. Escrito en 1935, describe con amargura y pesimismo, pero sobre todo con talento, un siglo veinte en el cual, “(…) igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclado la vida”. Para el autor, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazados, ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón / ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón (…) /. No pienses más, siéntate a un lado. Que a nadie importa si naciste honrado. Es lo mismo el que labora noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley (…)”.

Conciencia ciudadana. ¿Estaremos viviendo en Costa Rica un siglo veintiuno estilo “Cambalache”? Personalmente, me resisto a aceptar semejante idea. Frente a la corrupción, frente a la pérdida de valores en nuestra sociedad, no podemos permanecer callados ni pasivos, nuestro silencio e inactividad nos convierte en cómplices. En este campo no basta con pedirle cuentas al Gobierno, con exigir de la Asamblea Legislativa nuevas y más severas leyes, o demandar del Ministerio Público acciones rápidas y ejemplares. Somos nosotros, ciudadanos, los llamados en primera instancia a tomar cartas en el asunto, poniendo en práctica los valores de honradez, probidad, rectitud, trabajo y respeto al prójimo, indispensables para la convivencia pacífica en sociedad. No promovamos la corrupción, no paguemos “mordidas”, no “compremos” la licencia, respetemos la ley, prediquemos con el ejemplo. Quizás así podamos comenzar a desterrar esta odiosa corrupción, que nos revuelve las entrañas, desangra las arcas del Estado en perjuicio de los que menos tienen y erosiona la confianza del pueblo en sus instituciones.

En Costa Rica hay mucha gente decente, gente de bien, gente valiosa. Escribo estas líneas apelando a su conciencia ciudadana, indispensable para construir una patria mejor, más justa, más “nuestra”.

 

[:en]Pareciera que en nuestro país la frontera que separa lo moral de lo inmoral es cada vez más tenue, su trazado se ha difuminado casi hasta desaparecer. Prueba de ello son las noticias que cotidianamente nos trae la prensa nacional, sobre hechos de dudosa moralidad, en los cuales se han visto involucradas personas provenientes de todos los ámbitos del acontecer nacional: empresarios, profesionales liberales, empleados públicos, funcionarios de elección popular, así como políticos, de diversos partidos y colores. ¿Será que en nuestra sociedad los valores de probidad, rectitud y honradez están destinados al olvido?

Tango. Al hacer estas reflexiones suenan en mi mente los compases del tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo. Escrito en 1935, describe con amargura y pesimismo, pero sobre todo con talento, un siglo veinte en el cual, “(…) igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclado la vida”. Para el autor, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazados, ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón / ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón (…) /. No pienses más, siéntate a un lado. Que a nadie importa si naciste honrado. Es lo mismo el que labora noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley (…)”.

Conciencia ciudadana. ¿Estaremos viviendo en Costa Rica un siglo veintiuno estilo “Cambalache”? Personalmente, me resisto a aceptar semejante idea. Frente a la corrupción, frente a la pérdida de valores en nuestra sociedad, no podemos permanecer callados ni pasivos, nuestro silencio e inactividad nos convierte en cómplices. En este campo no basta con pedirle cuentas al Gobierno, con exigir de la Asamblea Legislativa nuevas y más severas leyes, o demandar del Ministerio Público acciones rápidas y ejemplares. Somos nosotros, ciudadanos, los llamados en primera instancia a tomar cartas en el asunto, poniendo en práctica los valores de honradez, probidad, rectitud, trabajo y respeto al prójimo, indispensables para la convivencia pacífica en sociedad. No promovamos la corrupción, no paguemos “mordidas”, no “compremos” la licencia, respetemos la ley, prediquemos con el ejemplo. Quizás así podamos comenzar a desterrar esta odiosa corrupción, que nos revuelve las entrañas, desangra las arcas del Estado en perjuicio de los que menos tienen y erosiona la confianza del pueblo en sus instituciones.

En Costa Rica hay mucha gente decente, gente de bien, gente valiosa. Escribo estas líneas apelando a su conciencia ciudadana, indispensable para construir una patria mejor, más justa, más “nuestra”.

 

[:fr]Pareciera que en nuestro país la frontera que separa lo moral de lo inmoral es cada vez más tenue, su trazado se ha difuminado casi hasta desaparecer. Prueba de ello son las noticias que cotidianamente nos trae la prensa nacional, sobre hechos de dudosa moralidad, en los cuales se han visto involucradas personas provenientes de todos los ámbitos del acontecer nacional: empresarios, profesionales liberales, empleados públicos, funcionarios de elección popular, así como políticos, de diversos partidos y colores. ¿Será que en nuestra sociedad los valores de probidad, rectitud y honradez están destinados al olvido?

Tango. Al hacer estas reflexiones suenan en mi mente los compases del tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo. Escrito en 1935, describe con amargura y pesimismo, pero sobre todo con talento, un siglo veinte en el cual, “(…) igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclado la vida”. Para el autor, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazados, ni escalafón, los inmorales nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón / ¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón (…) /. No pienses más, siéntate a un lado. Que a nadie importa si naciste honrado. Es lo mismo el que labora noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley (…)”.

Conciencia ciudadana. ¿Estaremos viviendo en Costa Rica un siglo veintiuno estilo “Cambalache”? Personalmente, me resisto a aceptar semejante idea. Frente a la corrupción, frente a la pérdida de valores en nuestra sociedad, no podemos permanecer callados ni pasivos, nuestro silencio e inactividad nos convierte en cómplices. En este campo no basta con pedirle cuentas al Gobierno, con exigir de la Asamblea Legislativa nuevas y más severas leyes, o demandar del Ministerio Público acciones rápidas y ejemplares. Somos nosotros, ciudadanos, los llamados en primera instancia a tomar cartas en el asunto, poniendo en práctica los valores de honradez, probidad, rectitud, trabajo y respeto al prójimo, indispensables para la convivencia pacífica en sociedad. No promovamos la corrupción, no paguemos “mordidas”, no “compremos” la licencia, respetemos la ley, prediquemos con el ejemplo. Quizás así podamos comenzar a desterrar esta odiosa corrupción, que nos revuelve las entrañas, desangra las arcas del Estado en perjuicio de los que menos tienen y erosiona la confianza del pueblo en sus instituciones.

En Costa Rica hay mucha gente decente, gente de bien, gente valiosa. Escribo estas líneas apelando a su conciencia ciudadana, indispensable para construir una patria mejor, más justa, más “nuestra”.

 

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