En Panorama.
Nuestra función pública se ha transformado, ha cambiado de forma y de fines, se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, esclerosado, ineficiente, plagado de vicios y de defectos.
Se comprende entonces porqué nuestros asegurados tienen que padecer filas en los hospitales, porqué faltan los medicamentos para tratar el cáncer, porqué se programan citas importantísimas para dentro de algunos años. ¡Cuánto estamos lastimando a los que menos tienen y más necesitan!
Y sin embargo, nada pasa. Los ticos nos hemos acostumbrado a ver huecos en las calles, puentes que se caen, platinas que no se arreglan. Y todo sigue igual. Permanecemos contemplativos ante esa triste realidad, como simples espectadores de una obra con tintes cómicos, que en cualquier momento puede convertirse en tragedia.
Nos hemos acostumbrado a tener un parlamento que da lástima, en lugar de inspirar orgullo y admiración. Nos hemos acostumbrado a que los políticos roben, en lugar de ser dignos e irreprochables. Nos hemos acostumbrado a que la función pública sea ineficiente, en lugar de brindarnos un servicio de calidad. Y así transcurre el tiempo, y nosotros seguimos aceptando estas barbaridades, como si fueran irremediables, inmutables, impuestas por el destino.
Yo no sé usted, pero yo estoy cansado de todo esto. No estoy dispuesto a resignarme y a aceptar que unos pocos lleven este bello país al despeñadero. Sé que no soy el único, sé que somos muchos los costarricenses que queremos un país mejor, más justo, más equitativo, más solidario.
Es momento de levantar la conciencia ciudadana, de organizarnos, de hacernos sentir, de exigir un cambio, de decir alto y fuerte: ¡Basta ya!