Prevención del crimen

Sobre la prevención del delito

Las noticias que publican diariamente los medios de comunicación en nuestro país, con respecto a la inseguridad ciudadana, son francamente desalentadoras. Para muestra algunos ejemplos:

1.- El año pasado tuvimos la tasa de homicidios más alta de nuestra historia: 12,6% /100.000 habitantes. Aunque en la última década la población creció un 10%, la tasa de homicidios aumentó en un 60%, siendo Costa Rica el país que registra el mayor aumento en el continente americano.

2- Durante el 2022 se decomisó un 46,4% menos de cocaína que durante el año 2021.

3.- Regularmente se informa sobre crímenes cometidos por personas con amplios antecedentes policiales que se encuentran en libertad. Recientemente un joven de 19 años falleció en un tiroteo en el que hirió de gravedad a un oficial del OIJ, cuando intentaron detenerlo. Desde que tenía 14 años, este joven fue enviado en 22 ocasiones al Ministerio Público, había estado encarcelado y se le buscaba como sospechoso de 3 homicidios.

Lamentablemente, ante esta realidad, la clase política propone a menudo crear nuevos delitos, o agravar las penas de los que existen, o limitar los derechos de las personas acusadas, o fomentar el uso de la prisión preventiva. Sin embargo, ninguna de esas medidas ayuda a prevenir el crimen, sino que buscan castigar la comisión de delitos.

Y aquí debemos preguntarnos, ¿Qué es preferible para la sociedad, prevenir el delito o castigarlo? Desde luego, lo primero. Siempre es mejor evitar el mal que castigarlo. Aunque el castigo sea fuerte o la pena alta, eso no devuelve al ser querido perdido, ni remedia la tragedia.

Ahora bien, la prevención del delito es muy difícil, requiere de estudios serios, de políticas de corto, mediano y largo plazo, diseñadas a partir de datos y de ciencia, de la participación de otros actores de la sociedad y no únicamente del Estado.

 La criminalidad es un fenómeno multicausal, que obedece a muchos factores, y cada fenómeno criminal es distinto: quien delinque traficando droga “al menudeo” lo hace por razones distintas que quien delinque con contratos de obra pública con el Estado.

Así pues, toda política criminal tiene que partir del conocimiento y entendimiento de los factores que propician y fomentan el fenómeno concreto que se quiere combatir. Por ejemplo, para luchar contra el narcotráfico necesitamos la acción de la policía, del Ministerio Público, el Ministerio de Seguridad Pública, así como la colaboración de otros países, por ser un fenómeno transnacional. Pero también deben involucrarse las autoridades del Ministerio de Salud, del IAFA, del Ministerio de Educación Pública, INA, entre otros actores.

 ¿Por qué? Porque muchos de los jóvenes que trafican son adictos, que venden para poder sostener su consumo. Si rompemos el círculo de adicción, podemos ayudarles a salir de la delincuencia. Además, es preciso ofrecerles un futuro con oportunidades a los jóvenes, lo que implica mejorar nuestro sistema de educación pública, la formación técnica y profesional, disminuir el desempleo y la desigualdad social. Todos estos son elementos que deben formar parte de una política criminal de conjunto y coherente.

Y es aquí donde fallamos estrepitosamente, pues tenemos una visión muy reducida y limitada de cómo debe diseñarse una estrategia de combate a la criminalidad. No es cuestión solo del Estado, como erróneamente se piensa, y menos aún es cosa solamente de la policía y autoridades judiciales.  

Claro está, la tarea es difícil y debe abordarse con seriedad, con visión de Estado, lejos de poses políticas, de cálculos electorales. Lo que está en juego es demasiado importante como para seguir posponiendo la toma de decisiones, pero decisiones de verdad, en serio, no simplemente aquellas que generan titulares de prensa pero que no resuelven nada.

Rodolfo Brenes Vargas

Libertad de expresión

¿Por qué es importante la libertad de expresión?

Hoy quisiera pedirles que tomemos unos minutos para preguntarnos por qué es importante la libertad de expresión. Esta es una cuestión de absoluta actualidad y que nos concierne a todos nosotros.

La libertad de expresión es uno de los requisitos fundamentales para que pueda existir una democracia. Si no hay una verdadera libertad de expresión, con todo lo que esto implica, no hay una verdadera democracia. ¿Y qué implica la libertad de expresión? Muchas cosas.

Por ejemplo, que todas las personas puedan comunicar y recibir ideas e informaciones de toda índole. En una democracia tiene que existir cabida para todas las ideas, para aquellas que acepta la mayoría, pero también para las que defiende una minoría, incluso para las que pueden resultar chocantes, hirientes o inquietantes para personas o sectores de la población. La sociedad democrática no es una masa homogénea de personas que profesan los mismos ideales o ideas, por eso la libertad de expresión debe garantizarse a todos.

La libertad de expresión implica también una serie de derechos, como el derecho de tener acceso a la información de interés público, el derecho de investigar, el derecho de criticar, el derecho de difundir o recibir ideas o informaciones de todo tipo, entre muchos otros, así como una serie de responsabilidades, pues ninguna libertad es ilimitada y todos tenemos que responder en caso de abusos o cuando dañamos a otros.

Una consecuencia de la libertad de expresión, que algunas personas desconocen, es que a partir de la misma se considera que los funcionarios públicos se someten voluntariamente al escrutinio de sus labores, incluso de su conducta personal. Si en la democracia el poder reside en el pueblo y los funcionarios públicos son simples depositarios transitorios de ese poder, lo natural es que el pueblo pueda controlar y criticar la manera como estos desempeñan sus labores.

Lamentablemente, algunos funcionarios públicos no entienden el trabajo de la prensa ni las reglas del juego democrático, que los obliga a tener una gran tolerancia al escrutinio y control ciudadano, así como a las críticas de que puedan ser objeto. Valga apuntar que la jurisprudencia considera que estas críticas pueden ser ácidas, hirientes, incluso ofensivas, pues así lo demandan las exigencias propias de una democracia.

Por eso, es preocupante el clima político y social actual, donde se ha recurrido al insulto, a la descalificación y a la deslegitimación para criticar el trabajo de la prensa. Desde luego, los periodistas y medios de comunicación no son, ni deben ser, inmunes a la crítica. Están expuestos a ella como cualquier otro.

Más aún, la democracia requiere un debate robusto y vigoroso, por lo que las polémicas y enfrentamientos entre diversos sectores son saludables, y esto incluye aquellos que puedan surgir entre los funcionarios públicos y la prensa. El disenso es propio de la democracia. No obstante, esto no implica que la discusión pueda desarrollarse de cualquier modo, pues el insulto, la deslegitimación, el matonismo y las amenazas no son parte de las reglas de una democracia. Al contrario, atentan contra la democracia misma.

Y esto me lleva de nuevo al punto inicial. ¿Por qué es importante la libertad de expresión? Porque sin ella no tendríamos un país como el que tenemos, porque sin ella Costa Rica dejaría de ser Costa Rica, porque sin libertad de expresión comenzaríamos a acercarnos a modelos de democracia imperfecta, o peor aún, a modelos no democráticos.

Me siento profundamente orgulloso de ser costarricense. Por eso no puedo menos que solidarizarme con los periodistas y medios de comunicación que actualmente están siendo objeto de ataques impropios de una democracia.

Y esta defensa es válida independientemente de si uno comulga o no con su línea editorial, independientemente de si uno es o no afín a estos medios. La defensa es procedente porque lo que está en juego, en el fondo, no es el futuro o supervivencia de una empresa periodística determinada, sino el futuro y la supervivencia de Costa Rica, tal y como la conocemos.