Bienvenidos a nuestro nuevo sitio web

Estimados clientes y amigos:

Bienvenidos a nuestro nuevo sitio web, el cual hemos renovado procurando hacer más sencillo el acceso a la información sobre nuestros servicios, perfil profesional y académico.

Adicionalmente, en la sección de blog estaremos publicando comentarios sobre temas jurídicos que podrían ser de su interés.

Agradecemos a Jose Ortiz y a todo el equipo de Orbelink por el excelente trabajo que realizaron en este proceso de modernización.

¡Gracias por su visita!

Rodolfo Brenes Vargas

¿Hacia dónde va Costa Rica?

En Panorama.

Con dolor y tristeza leí el otro día la noticia: uno de cada tres niños y adolescentes costarricenses vive en la pobreza.Para mi mayor desconcierto, recientemente se publicó también que los estudiantes de los colegios públicos tienen una menor tasa de ingreso a la Universidad de Costa Rica que los estudiantes de los colegios privados.

Por si fuera poco, el último informe del “Estado de la Nación” señala que la desigualdad ha aumentado en nuestro país. Si bien la economía costarricense ha crecido, ello no se ha traducido en un mayor bienestar generalizado, sino en una mayor riqueza para algunos cuantos. Actualmente, el ingreso del sector más rico del país es 25 veces mayor que el del sector más pobre. Sector pobre que dicho sea de paso representa más de un millón de personas en Costa Rica.

Esta triste realidad debe interpelar seriamente nuestras conciencias y llevarnos a interrogarnos: ¿Hacia dónde va Costa Rica? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿No se supone que los jóvenes son el futuro de un país? ¿Qué futuro le espera a esta Costa Rica, que no le ofrece las mismas posibilidades de crecimiento cultural y académico a todos sus hijos? ¿Qué futuro le espera a este país que parece condenar a un cuarto de sus habitantes a vivir en la pobreza?

Desde hace décadas los gobiernos se han sucedido, sin que se haya producido una mejoría significativa y definitiva en este campo. En algunos casos, la pobreza retrocedió unos cuantos puntos porcentuales, para volver a instalarse poco después en los niveles anteriores. Pírricas victorias en una lucha de la que depende el bienestar de los más desfavorecidos y el futuro de todo un país.

Esta situación es intolerable, especialmente en un país como el nuestro, que hace tiempo escogió sabiamente cambiar los soldados por maestros y las armas por pupitres. En un mundo cada vez más competitivo, cada vez más dependiente del saber y de la técnica, la educación es la herramienta más importante para promover el desarrollo.

Por ello, deben hacerse todos los esfuerzos necesarios por mejorar la calidad de la educación, por combatir la deserción estudiantil, por aumentar los cupos en las universidades estatales, por incrementar las formaciones técnicas, en fin, por brindarle a todos los costarricenses los medios adecuados para superarse mediante el esfuerzo y el trabajo.

A lo largo de su historia, Costa Rica ha enfrentado con éxito múltiples retos y dificultades. Gracias a la sabiduría, compromiso y coraje de nuestros antepasados, disfrutamos del bello país que nos han heredado. Hoy, somos nosotros los llamados a fijar las bases de la Costa Rica del mañana, en la que deberán vivir nuestros hijos y nietos. ¡No los defraudemos!

¡Basta Ya!

En Panorama.

Yo no sé usted, pero yo estoy cansado de tanta corrupción en nuestro país, de tanto robo, de tanto despilfarro, de tanta desvergüenza. La corrupción ha clavado muy hondo sus garras y se ha generalizado, la encontramos en el sector público, en el sector privado, en las pequeñas oficinas administrativas y en las altas esferas del poder. Aparece en forma de mordida, de comisión, de sobreprecio, de asesoría, de consultoría… Para robar dineros públicos, la imaginación no tiene límites.Pero la corrupción no solo afecta las arcas del Estado, sino también la función de servicio público de nuestras instituciones. Se pone de manifiesto con la ineficiencia laboral, con la incuria de algunos empleados públicos, incapaces de hacer bien su trabajo pero rápidos y efectivos para declarar huelgas y lanzarse a la calle para defender sus abultados privilegios.

Nuestra función pública se ha transformado, ha cambiado de forma y de fines, se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, esclerosado, ineficiente, plagado de vicios y de defectos.

Se comprende entonces porqué nuestros asegurados tienen que padecer filas en los hospitales, porqué faltan los medicamentos para tratar el cáncer, porqué se programan citas importantísimas para dentro de algunos años. ¡Cuánto estamos lastimando a los que menos tienen y más necesitan!

Y sin embargo, nada pasa. Los ticos nos hemos acostumbrado a ver huecos en las calles, puentes que se caen, platinas que no se arreglan. Y todo sigue igual. Permanecemos contemplativos ante esa triste realidad, como simples espectadores de una obra con tintes cómicos, que en cualquier momento puede convertirse en tragedia.

Nos hemos acostumbrado a tener un parlamento que da lástima, en lugar de inspirar orgullo y admiración. Nos hemos acostumbrado a que los políticos roben, en lugar de ser dignos e irreprochables. Nos hemos acostumbrado a que la función pública sea ineficiente, en lugar de brindarnos un servicio de calidad. Y así transcurre el tiempo, y nosotros seguimos aceptando estas barbaridades, como si fueran irremediables, inmutables, impuestas por el destino.

Yo no sé usted, pero yo estoy cansado de todo esto. No estoy dispuesto a resignarme y a aceptar que unos pocos lleven este bello país al despeñadero. Sé que no soy el único, sé que somos muchos los costarricenses que queremos un país mejor, más justo, más equitativo, más solidario.

Es momento de levantar la conciencia ciudadana, de organizarnos, de hacernos sentir, de exigir un cambio, de decir alto y fuerte: ¡Basta ya!

Responsabilidad política y coherencia

En Panorama.

Recientemente, la señora Presidenta de la República destituyó a su Ministro de Obras Públicas y Transportes, por hechos de corrupción en la construcción de la carretera “1856”, en la margen del Río San Juan. Doña Laura Chinchilla consideró necesaria la destitución, no porque el funcionario cometiera personalmente alguna irregularidad, sino porque en su condición de jerarca le cabía “responsabilidad política”.La decisión merece nuestro aplauso y aprobación. No obstante, también nos genera algunas interrogantes sobre la coherencia de la señora Presidenta. Veamos: al jerarca del MOPT, lo destituyó por hechos que cometieron sus subalternos, pero al jerarca de Hacienda lo mantuvo en el cargo y lo defendió, cuando estaba siendo cuestionado por actos personales y propios. ¿Porqué la diferencia? ¿Qué la justifica?

Si de “responsabilidad política” se trata, pareciera que hay un claro problema de coherencia, pues en ambos casos se imponía la destitución del Ministro.

La actuación de doña Laura Chinchilla puede entonces interpretarse de dos maneras distintas. Para algunos, se trató de una medida de “satisfacción a la opinión pública”, una operación de “maquillaje” para contrarrestar su mala imagen en las encuestas, una forma de presentarse finalmente como la Presidenta “firme y honesta” que prometió ser. Por mi parte, prefiero pensar que estamos ante un cambio en la manera de concebir el ejercicio del poder.

Quisiera creer que doña Laura Chinchilla ha abierto los ojos y ha escuchado el clamor popular que pide a gritos un alto a la corrupción. Quisiera imaginar que, de ahora en adelante, la Presidenta le exigirá “responsabilidad política” a todos sus funcionarios, sin distinción de rango, no sólo cuando roben o despilfarren fondos públicos, sino también cuando permitan que otros lo hagan.

Por eso, debemos estar atentos a las futuras actuaciones de la señora Presidenta en casos de este tipo. Será ella quien demostrará si tengo razón en mi apreciación, o si más bien soy un iluso, pues quienes estaban en lo correcto eran los que dudaban de sus buenas intenciones y sinceridad cuando despidió a su Ministro de Transportes.

La ocasión de hacerlo está a la vuelta de la esquina, pues recién estamos conociendo los verdaderos alcances de lo sucedido con la trocha “1856”. Lo que se suponía sería un acto para reafirmar la soberanía nacional, ha terminado siendo causa de enorme humillación y vergüenza para todos los costarricenses.

Hoy, como en 1856, la Patria expectante vuelve sus ojos hacia la Presidencia.
Hoy, como en 1856, Costa Rica demanda firmeza y honestidad.
Hoy, como en 1856, los costarricenses necesitamos volver a creer y volver a soñar en un futuro distinto, un futuro mejor.

¿La paja en el ojo ajeno?

[:es]En Panorama.

Con justa razón, los costarricenses reaccionamos con indignación y enojo al descubrir que el Ministro de Hacienda y el Director de Tributación Directa no pagaban sus impuestos como debían, al tiempo que impulsaban la aprobación de un nuevo plan tributario y criticaban la situación de evasión fiscal en el país. Las desacertadas declaraciones de la Presidenta Chinchilla, no hicieron más que atizar una hoguera ya de por sí ardiente. Bastaba con escuchar los programas de radio o leer los “sitios web” de los medios de comunicación colectiva, para constatar la ola de rabia que se desató entre la población.

Pasado el vendaval inicial, me parece importante aprovechar lo sucedido para hacer una nueva reflexión, no sobre la conducta de los funcionarios públicos, sino sobre la de cada uno de nosotros, en tanto ciudadanos. Y es que en este asunto, un detalle esencial fue pasado por alto por casi todo el mundo: la Nación informó que ocho de cada diez propiedades están subvaloradas en Costa Rica, por lo que evidentemente no solamente los Ministros y Diputados pagan menos impuestos de los que deben… Así pues, si bien la crítica de estos políticos era justificada y necesaria, pues ellos más que nadie están llamados a ser irreprochables y a predicar con el ejemplo, lo cierto es que también se impone un ejercicio de autocrítica a nivel generalizado, un examen de conciencia, profundo, sincero y humilde, de cada uno de nosotros.

La Biblia, plena de sabiduría, nos interroga y nos cuestiona: ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Conviene, pues, darle una mirada a nuestra propia conducta, para ver si estamos contribuyendo con nuestros actos a construir una patria mejor y más justa, o si por el contrario estamos participando del deterioro generalizado que se vive en el país. Más allá del tema de impuestos, de si los pagamos correctamente o no, debemos preguntarnos entonces: ¿Cuál será la “viga” que tengo en el ojo? ¿Trabajo con empeño o me limito al mínimo esfuerzo? ¿Soy leal en mi trabajo o invento incapacidades? ¿Pago lo que me corresponde o prefiero darle una “mordida” al policía de tránsito, al inspector municipal, al funcionario de aduanas? ¿Soy honrado o ladrón? ¿Hablo con verdad o miento? ¿Contamino o cuido el ambiente? ¿Respeto las leyes o trato de burlarlas? ¿Ayudo a los que más lo necesitan o solamente me preocupo de mi propio bienestar? En suma: ¿Soy una buena persona? ¿Soy un buen ciudadano?

No debemos olvidar que Costa Rica somos todos, que nuestro futuro lo construimos juntos y que por eso tenemos responsabilidades que no podemos obviar ni debemos eludir. Es hora ya de generar un cambio, profundo y trascendental, porque solamente así lograremos que la sociedad sea más justa, más equitativa y que la “igualdad de oportunidades” deje de ser un eslogan vacío para convertirse en una realidad concreta. Empecemos allí donde más fácil acceso tenemos, donde no hay excusa para no actuar, empecemos pues, por nosotros mismos.

 

[:en]En Panorama.

Con justa razón, los costarricenses reaccionamos con indignación y enojo al descubrir que el Ministro de Hacienda y el Director de Tributación Directa no pagaban sus impuestos como debían, al tiempo que impulsaban la aprobación de un nuevo plan tributario y criticaban la situación de evasión fiscal en el país. Las desacertadas declaraciones de la Presidenta Chinchilla, no hicieron más que atizar una hoguera ya de por sí ardiente. Bastaba con escuchar los programas de radio o leer los “sitios web” de los medios de comunicación colectiva, para constatar la ola de rabia que se desató entre la población.

Pasado el vendaval inicial, me parece importante aprovechar lo sucedido para hacer una nueva reflexión, no sobre la conducta de los funcionarios públicos, sino sobre la de cada uno de nosotros, en tanto ciudadanos. Y es que en este asunto, un detalle esencial fue pasado por alto por casi todo el mundo: la Nación informó que ocho de cada diez propiedades están subvaloradas en Costa Rica, por lo que evidentemente no solamente los Ministros y Diputados pagan menos impuestos de los que deben… Así pues, si bien la crítica de estos políticos era justificada y necesaria, pues ellos más que nadie están llamados a ser irreprochables y a predicar con el ejemplo, lo cierto es que también se impone un ejercicio de autocrítica a nivel generalizado, un examen de conciencia, profundo, sincero y humilde, de cada uno de nosotros.

La Biblia, plena de sabiduría, nos interroga y nos cuestiona: ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Conviene, pues, darle una mirada a nuestra propia conducta, para ver si estamos contribuyendo con nuestros actos a construir una patria mejor y más justa, o si por el contrario estamos participando del deterioro generalizado que se vive en el país. Más allá del tema de impuestos, de si los pagamos correctamente o no, debemos preguntarnos entonces: ¿Cuál será la “viga” que tengo en el ojo? ¿Trabajo con empeño o me limito al mínimo esfuerzo? ¿Soy leal en mi trabajo o invento incapacidades? ¿Pago lo que me corresponde o prefiero darle una “mordida” al policía de tránsito, al inspector municipal, al funcionario de aduanas? ¿Soy honrado o ladrón? ¿Hablo con verdad o miento? ¿Contamino o cuido el ambiente? ¿Respeto las leyes o trato de burlarlas? ¿Ayudo a los que más lo necesitan o solamente me preocupo de mi propio bienestar? En suma: ¿Soy una buena persona? ¿Soy un buen ciudadano?

No debemos olvidar que Costa Rica somos todos, que nuestro futuro lo construimos juntos y que por eso tenemos responsabilidades que no podemos obviar ni debemos eludir. Es hora ya de generar un cambio, profundo y trascendental, porque solamente así lograremos que la sociedad sea más justa, más equitativa y que la “igualdad de oportunidades” deje de ser un eslogan vacío para convertirse en una realidad concreta. Empecemos allí donde más fácil acceso tenemos, donde no hay excusa para no actuar, empecemos pues, por nosotros mismos.

 

[:fr]En Panorama.

Con justa razón, los costarricenses reaccionamos con indignación y enojo al descubrir que el Ministro de Hacienda y el Director de Tributación Directa no pagaban sus impuestos como debían, al tiempo que impulsaban la aprobación de un nuevo plan tributario y criticaban la situación de evasión fiscal en el país. Las desacertadas declaraciones de la Presidenta Chinchilla, no hicieron más que atizar una hoguera ya de por sí ardiente. Bastaba con escuchar los programas de radio o leer los “sitios web” de los medios de comunicación colectiva, para constatar la ola de rabia que se desató entre la población.

Pasado el vendaval inicial, me parece importante aprovechar lo sucedido para hacer una nueva reflexión, no sobre la conducta de los funcionarios públicos, sino sobre la de cada uno de nosotros, en tanto ciudadanos. Y es que en este asunto, un detalle esencial fue pasado por alto por casi todo el mundo: la Nación informó que ocho de cada diez propiedades están subvaloradas en Costa Rica, por lo que evidentemente no solamente los Ministros y Diputados pagan menos impuestos de los que deben… Así pues, si bien la crítica de estos políticos era justificada y necesaria, pues ellos más que nadie están llamados a ser irreprochables y a predicar con el ejemplo, lo cierto es que también se impone un ejercicio de autocrítica a nivel generalizado, un examen de conciencia, profundo, sincero y humilde, de cada uno de nosotros.

La Biblia, plena de sabiduría, nos interroga y nos cuestiona: ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Conviene, pues, darle una mirada a nuestra propia conducta, para ver si estamos contribuyendo con nuestros actos a construir una patria mejor y más justa, o si por el contrario estamos participando del deterioro generalizado que se vive en el país. Más allá del tema de impuestos, de si los pagamos correctamente o no, debemos preguntarnos entonces: ¿Cuál será la “viga” que tengo en el ojo? ¿Trabajo con empeño o me limito al mínimo esfuerzo? ¿Soy leal en mi trabajo o invento incapacidades? ¿Pago lo que me corresponde o prefiero darle una “mordida” al policía de tránsito, al inspector municipal, al funcionario de aduanas? ¿Soy honrado o ladrón? ¿Hablo con verdad o miento? ¿Contamino o cuido el ambiente? ¿Respeto las leyes o trato de burlarlas? ¿Ayudo a los que más lo necesitan o solamente me preocupo de mi propio bienestar? En suma: ¿Soy una buena persona? ¿Soy un buen ciudadano?

No debemos olvidar que Costa Rica somos todos, que nuestro futuro lo construimos juntos y que por eso tenemos responsabilidades que no podemos obviar ni debemos eludir. Es hora ya de generar un cambio, profundo y trascendental, porque solamente así lograremos que la sociedad sea más justa, más equitativa y que la “igualdad de oportunidades” deje de ser un eslogan vacío para convertirse en una realidad concreta. Empecemos allí donde más fácil acceso tenemos, donde no hay excusa para no actuar, empecemos pues, por nosotros mismos.

 

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El rey y el elefante

[:es]Reflexiones sobre el safari de don Juan Carlos

 

En momentos en que España atraviesa la peor crisis económica de su vida democrática, con una tasa de desempleo general del 23% y una tasa de desempleo juvenil del 49%, el rey don Juan Carlos de Borbón decidió irse a cazar elefantes a África. Justo cuando el gobierno anuncia históricas medidas de ajuste económico y le pide al común de los españoles paciencia, sacrificio y esfuerzo, el monarca consideró oportuno subirse a un avión privado y partir hacia las cálidas sabanas de Botsuana, en el sur del continente africano.

Desde luego, don Juan Carlos tiene derecho a una vida privada y a disfrutar de sus vacaciones tanto como cualquier otra persona. Sin embargo, en su condición de Jefe de Estado y Rey de España, cometió un grave error al emprender un viaje que lo representa como totalmente desconectado de la realidad, las angustias y las congojas que diariamente viven y padecen sus compatriotas. A la luz de estos hechos, resulta un tanto difícil creerle a don Juan Carlos, cuando hace poco decía que “hay noches que el paro juvenil me quita el sueño”

Pero el mencionado viaje, del cual nos dimos cuenta solamente porque Su Majestad tuvo la mala suerte de tropezarse y quebrarse la cadera, es criticable también por otras razones. Y es que a estas alturas del siglo veintiuno, cuando en el planeta entero comienza a despertarse por fin una conciencia ecológica, parece increíble que todavía haya personas capaces de matar indefensos elefantes por puro placer. La noticia sorprende aún más, porque el cazador es no sólo el Rey de España, sino además el “Presidente de Honor” de una ONG conocida a nivel mundial por su lucha en defensa de los animales y la protección del medio ambiente.

A propósito de esta historia, conviene recordar las sabias palabras de un Jefe indio americano, que respondió así a una oferta que el Presidente de Estados Unidos les hizo para comprar sus tierras y crearles una reserva indígena. En 1855, el Jefe Seattle escribió: “Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo”.

Hoy sabemos que el jefe indio tenía razón, la ciencia nos ha enseñado que todos los seres vivos, animales y vegetales, estamos íntima y estrechamente ligados, que formamos delicados ecosistemas en los cuales interactúan elementos como el aire, el suelo, el agua y el sol, para formar un conjunto único y maravilloso que llamamos planeta tierra.

Sirva la “historia del rey y del elefante”, para recordar el valor simbólico de los actos del uno, así como la importancia elemental de la supervivencia del otro.[:en]Reflexiones sobre el safari de don Juan Carlos (17/04/2012)

En momentos en que España atraviesa la peor crisis económica de su vida democrática, con una tasa de desempleo general del 23% y una tasa de desempleo juvenil del 49%, el rey don Juan Carlos de Borbón decidió irse a cazar elefantes a África. Justo cuando el gobierno anuncia históricas medidas de ajuste económico y le pide al común de los españoles paciencia, sacrificio y esfuerzo, el monarca consideró oportuno subirse a un avión privado y partir hacia las cálidas sabanas de Botsuana, en el sur del continente africano.

Desde luego, don Juan Carlos tiene derecho a una vida privada y a disfrutar de sus vacaciones tanto como cualquier otra persona. Sin embargo, en su condición de Jefe de Estado y Rey de España, cometió un grave error al emprender un viaje que lo representa como totalmente desconectado de la realidad, las angustias y las congojas que diariamente viven y padecen sus compatriotas. A la luz de estos hechos, resulta un tanto difícil creerle a don Juan Carlos, cuando hace poco decía que “hay noches que el paro juvenil me quita el sueño”

Pero el mencionado viaje, del cual nos dimos cuenta solamente porque Su Majestad tuvo la mala suerte de tropezarse y quebrarse la cadera, es criticable también por otras razones. Y es que a estas alturas del siglo veintiuno, cuando en el planeta entero comienza a despertarse por fin una conciencia ecológica, parece increíble que todavía haya personas capaces de matar indefensos elefantes por puro placer. La noticia sorprende aún más, porque el cazador es no sólo el Rey de España, sino además el “Presidente de Honor” de una ONG conocida a nivel mundial por su lucha en defensa de los animales y la protección del medio ambiente.

A propósito de esta historia, conviene recordar las sabias palabras de un Jefe indio americano, que respondió así a una oferta que el Presidente de Estados Unidos les hizo para comprar sus tierras y crearles una reserva indígena. En 1855, el Jefe Seattle escribió: “Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo”.

Hoy sabemos que el jefe indio tenía razón, la ciencia nos ha enseñado que todos los seres vivos, animales y vegetales, estamos íntima y estrechamente ligados, que formamos delicados ecosistemas en los cuales interactúan elementos como el aire, el suelo, el agua y el sol, para formar un conjunto único y maravilloso que llamamos planeta tierra.

Sirva la “historia del rey y del elefante”, para recordar el valor simbólico de los actos del uno, así como la importancia elemental de la supervivencia del otro.[:fr]Reflexiones sobre el safari de don Juan Carlos (17/04/2012)

En momentos en que España atraviesa la peor crisis económica de su vida democrática, con una tasa de desempleo general del 23% y una tasa de desempleo juvenil del 49%, el rey don Juan Carlos de Borbón decidió irse a cazar elefantes a África. Justo cuando el gobierno anuncia históricas medidas de ajuste económico y le pide al común de los españoles paciencia, sacrificio y esfuerzo, el monarca consideró oportuno subirse a un avión privado y partir hacia las cálidas sabanas de Botsuana, en el sur del continente africano.

Desde luego, don Juan Carlos tiene derecho a una vida privada y a disfrutar de sus vacaciones tanto como cualquier otra persona. Sin embargo, en su condición de Jefe de Estado y Rey de España, cometió un grave error al emprender un viaje que lo representa como totalmente desconectado de la realidad, las angustias y las congojas que diariamente viven y padecen sus compatriotas. A la luz de estos hechos, resulta un tanto difícil creerle a don Juan Carlos, cuando hace poco decía que “hay noches que el paro juvenil me quita el sueño”

Pero el mencionado viaje, del cual nos dimos cuenta solamente porque Su Majestad tuvo la mala suerte de tropezarse y quebrarse la cadera, es criticable también por otras razones. Y es que a estas alturas del siglo veintiuno, cuando en el planeta entero comienza a despertarse por fin una conciencia ecológica, parece increíble que todavía haya personas capaces de matar indefensos elefantes por puro placer. La noticia sorprende aún más, porque el cazador es no sólo el Rey de España, sino además el “Presidente de Honor” de una ONG conocida a nivel mundial por su lucha en defensa de los animales y la protección del medio ambiente.

A propósito de esta historia, conviene recordar las sabias palabras de un Jefe indio americano, que respondió así a una oferta que el Presidente de Estados Unidos les hizo para comprar sus tierras y crearles una reserva indígena. En 1855, el Jefe Seattle escribió: “Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo”.

Hoy sabemos que el jefe indio tenía razón, la ciencia nos ha enseñado que todos los seres vivos, animales y vegetales, estamos íntima y estrechamente ligados, que formamos delicados ecosistemas en los cuales interactúan elementos como el aire, el suelo, el agua y el sol, para formar un conjunto único y maravilloso que llamamos planeta tierra.

Sirva la “historia del rey y del elefante”, para recordar el valor simbólico de los actos del uno, así como la importancia elemental de la supervivencia del otro.[:]

Dignidad, vergüenza y autoridad

[:es]A propósito de la función pública

 

Para desgracia de todos nosotros, costarricenses, las noticias sobre actos cuestionables y lamentables en la función pública se han vuelto moneda común. Un día sí y otro también, vemos cómo fundados cuestionamientos y críticas recaen sobre diputados, ministros, presidentes de instituciones autónomas, magistrados, políticos, partidos políticos y funcionarios públicos. Lo peor de todo no son las noticias que se publican, ni su carácter reiterado, ni las ridículas explicaciones que algunos dan a un pueblo que creen tonto. No, lo peor de todo es que nada cambia, cuando la situación de descomposición que denuncia la prensa impone más bien un socollón profundo.

Función pública y valores. Desde luego, no pretendemos caer aquí en groseras generalizaciones, ni desconocer que existen funcionarios públicos valiosos y comprometidos con su trabajo, pero sí queremos aportar algunas reflexiones que consideramos oportunas. Desde nuestra concepción, la función pública requiere de múltiples virtudes en quienes la ejercen, pero principalmente demanda un sólido zócalo de valores, entre los cuales destacan como imprescindibles la dignidad y la vergüenza.

Dignidad. Tal como la define la Real Academia Española,“dignidad” es la «gravedad y decoro en la manera de comportarse». Un funcionario público, un político, un miembro de los supremos poderes, está llamado a predicar con el ejemplo, a actuar dignamente, es decir con rectitud,  honestidad y recato. Claro está, nadie es perfecto, en nuestra condición de seres humanos está implícita la falta, todos nos equivocamos y cometemos errores. El problema, en el ámbito de la función pública, se presenta cuando no se actúa como se debe frente al error, cuando no se toman las medidas apropiadas y necesarias ante una situación incorrecta o, peor aún, cuando no se trata de un “error” sino de un acto hecho de manera voluntaria, con plena intención y conocimiento de causa.

Vergüenza. Ahí es donde, en principio, debería entrar en escena la “vergüenza”, definida como la “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”. Por sentido de responsabilidad, porque así lo impone la dignidad propia del cargo, pero sobre todo por vergüenza, existen países donde los funcionarios públicos renuncian a sus cargos cuando son objeto de fundados cuestionamientos, aún y cuando los mismos no deriven de actos propios, sino de sus subalternos. Lamentablemente, eso no sucede aquí, pues por severo y grave que sea el cuestionamiento, la palabra “renuncia” no aparece en el vocabulario de nuestros funcionarios públicos, que sin el menor síntoma de sonrojo, se aferran a sus cargos igual que se agarra del árbol un monito en ventolera.

Autoridad. Esa triste realidad es la que hace imprescindible ligar la existencia de valores con el cabal ejercicio de la “autoridad”, entendida no sólo como el poder de quien gobierna o ejerce el mando, sino también como un deber. Quienes ostentan cargos públicos, especialmente los de alto rango y con capacidad de decisión, tienen la obligación de ejercer la autoridad que les fue delegada por el pueblo, con firmeza, con rectitud, con la mirada puesta en el bien común. Por eso, cuando no se predica con el ejemplo, cuando se violan las leyes que se juraron respetar, cuando se tutelan los intereses propios y no los generales, cuando por política o por negligencia se ponen en peligro preciados bienes o instituciones públicas, se debe intervenir, con firmeza y decisión. Allí donde falla la dignidad, donde no existe la vergüenza, debe imponerse la autoridad. Es hora ya de enderezar el rumbo y de ponerle freno a quienes desmerecen la función pública, por el bien de Costa Rica, por el bien de todos nosotros.[:en]Para desgracia de todos nosotros, costarricenses, las noticias sobre actos cuestionables y lamentables en la función pública se han vuelto moneda común. Un día sí y otro también, vemos cómo fundados cuestionamientos y críticas recaen sobre diputados, ministros, presidentes de instituciones autónomas, magistrados, políticos, partidos políticos y funcionarios públicos. Lo peor de todo no son las noticias que se publican, ni su carácter reiterado, ni las ridículas explicaciones que algunos dan a un pueblo que creen tonto. No, lo peor de todo es que nada cambia, cuando la situación de descomposición que denuncia la prensa impone más bien un socollón profundo.

Función pública y valores. Desde luego, no pretendemos caer aquí en groseras generalizaciones, ni desconocer que existen funcionarios públicos valiosos y comprometidos con su trabajo, pero sí queremos aportar algunas reflexiones que consideramos oportunas. Desde nuestra concepción, la función pública requiere de múltiples virtudes en quienes la ejercen, pero principalmente demanda un sólido zócalo de valores, entre los cuales destacan como imprescindibles la dignidad y la vergüenza.

Dignidad. Tal como la define la Real Academia Española,“dignidad” es la «gravedad y decoro en la manera de comportarse». Un funcionario público, un político, un miembro de los supremos poderes, está llamado a predicar con el ejemplo, a actuar dignamente, es decir con rectitud,  honestidad y recato. Claro está, nadie es perfecto, en nuestra condición de seres humanos está implícita la falta, todos nos equivocamos y cometemos errores. El problema, en el ámbito de la función pública, se presenta cuando no se actúa como se debe frente al error, cuando no se toman las medidas apropiadas y necesarias ante una situación incorrecta o, peor aún, cuando no se trata de un “error” sino de un acto hecho de manera voluntaria, con plena intención y conocimiento de causa.

Vergüenza. Ahí es donde, en principio, debería entrar en escena la “vergüenza”, definida como la “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”. Por sentido de responsabilidad, porque así lo impone la dignidad propia del cargo, pero sobre todo por vergüenza, existen países donde los funcionarios públicos renuncian a sus cargos cuando son objeto de fundados cuestionamientos, aún y cuando los mismos no deriven de actos propios, sino de sus subalternos. Lamentablemente, eso no sucede aquí, pues por severo y grave que sea el cuestionamiento, la palabra “renuncia” no aparece en el vocabulario de nuestros funcionarios públicos, que sin el menor síntoma de sonrojo, se aferran a sus cargos igual que se agarra del árbol un monito en ventolera.

Autoridad. Esa triste realidad es la que hace imprescindible ligar la existencia de valores con el cabal ejercicio de la “autoridad”, entendida no sólo como el poder de quien gobierna o ejerce el mando, sino también como un deber. Quienes ostentan cargos públicos, especialmente los de alto rango y con capacidad de decisión, tienen la obligación de ejercer la autoridad que les fue delegada por el pueblo, con firmeza, con rectitud, con la mirada puesta en el bien común. Por eso, cuando no se predica con el ejemplo, cuando se violan las leyes que se juraron respetar, cuando se tutelan los intereses propios y no los generales, cuando por política o por negligencia se ponen en peligro preciados bienes o instituciones públicas, se debe intervenir, con firmeza y decisión. Allí donde falla la dignidad, donde no existe la vergüenza, debe imponerse la autoridad. Es hora ya de enderezar el rumbo y de ponerle freno a quienes desmerecen la función pública, por el bien de Costa Rica, por el bien de todos nosotros.[:fr]Para desgracia de todos nosotros, costarricenses, las noticias sobre actos cuestionables y lamentables en la función pública se han vuelto moneda común. Un día sí y otro también, vemos cómo fundados cuestionamientos y críticas recaen sobre diputados, ministros, presidentes de instituciones autónomas, magistrados, políticos, partidos políticos y funcionarios públicos. Lo peor de todo no son las noticias que se publican, ni su carácter reiterado, ni las ridículas explicaciones que algunos dan a un pueblo que creen tonto. No, lo peor de todo es que nada cambia, cuando la situación de descomposición que denuncia la prensa impone más bien un socollón profundo.

Función pública y valores. Desde luego, no pretendemos caer aquí en groseras generalizaciones, ni desconocer que existen funcionarios públicos valiosos y comprometidos con su trabajo, pero sí queremos aportar algunas reflexiones que consideramos oportunas. Desde nuestra concepción, la función pública requiere de múltiples virtudes en quienes la ejercen, pero principalmente demanda un sólido zócalo de valores, entre los cuales destacan como imprescindibles la dignidad y la vergüenza.

Dignidad. Tal como la define la Real Academia Española,“dignidad” es la «gravedad y decoro en la manera de comportarse». Un funcionario público, un político, un miembro de los supremos poderes, está llamado a predicar con el ejemplo, a actuar dignamente, es decir con rectitud,  honestidad y recato. Claro está, nadie es perfecto, en nuestra condición de seres humanos está implícita la falta, todos nos equivocamos y cometemos errores. El problema, en el ámbito de la función pública, se presenta cuando no se actúa como se debe frente al error, cuando no se toman las medidas apropiadas y necesarias ante una situación incorrecta o, peor aún, cuando no se trata de un “error” sino de un acto hecho de manera voluntaria, con plena intención y conocimiento de causa.

Vergüenza. Ahí es donde, en principio, debería entrar en escena la “vergüenza”, definida como la “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”. Por sentido de responsabilidad, porque así lo impone la dignidad propia del cargo, pero sobre todo por vergüenza, existen países donde los funcionarios públicos renuncian a sus cargos cuando son objeto de fundados cuestionamientos, aún y cuando los mismos no deriven de actos propios, sino de sus subalternos. Lamentablemente, eso no sucede aquí, pues por severo y grave que sea el cuestionamiento, la palabra “renuncia” no aparece en el vocabulario de nuestros funcionarios públicos, que sin el menor síntoma de sonrojo, se aferran a sus cargos igual que se agarra del árbol un monito en ventolera.

Autoridad. Esa triste realidad es la que hace imprescindible ligar la existencia de valores con el cabal ejercicio de la “autoridad”, entendida no sólo como el poder de quien gobierna o ejerce el mando, sino también como un deber. Quienes ostentan cargos públicos, especialmente los de alto rango y con capacidad de decisión, tienen la obligación de ejercer la autoridad que les fue delegada por el pueblo, con firmeza, con rectitud, con la mirada puesta en el bien común. Por eso, cuando no se predica con el ejemplo, cuando se violan las leyes que se juraron respetar, cuando se tutelan los intereses propios y no los generales, cuando por política o por negligencia se ponen en peligro preciados bienes o instituciones públicas, se debe intervenir, con firmeza y decisión. Allí donde falla la dignidad, donde no existe la vergüenza, debe imponerse la autoridad. Es hora ya de enderezar el rumbo y de ponerle freno a quienes desmerecen la función pública, por el bien de Costa Rica, por el bien de todos nosotros.[:]

Dos candidatos, un mismo error

Otto Guevara y Laura Chinchilla acaban de cometer el mismo error, al mostrar intolerancia a la crítica de la prensa y de sus contrincantes, justo cuando una campaña fría y simplona comenzó a calentar un poco sus motores. El primero decidió no conceder más entrevistas a “La Nación”, después de que ese medio publicó unos reportajes sobre préstamos de dinero que terceras personas hicieron al Movimiento Libertario. La segunda decidió acusar penalmente a uno de sus contrincantes, casualmente a Otto Guevara, después de que éste hizo cuestionamientos sobre el valor de su casa de habitación. Estas reacciones, que considero desatinadas, merecen un poco de análisis y de reflexión.

La confianza y el voto se ganan. Quien se postula como candidato a la presidencia de la República, está pidiendo a los votantes que confiemos en él para dirigir nuestro destino por cuatro años. Por eso, en contra partida, los candidatos deben aceptar que su vida sea objeto de un riguroso escrutinio, indispensable para que podamos conocer quiénes son en realidad, para que logremos formar criterio y podamos valorar las opciones existentes, antes de ejercer el derecho al sufragio.

Libertad de expresión y elecciones. Ahora bien, ese escrutinio solamente puede realizarse ejerciendo de manera vigorosa la libertad de expresión. Las Cortes de Derechos Humanos consideran que la libertad de expresión no se ejerce exclusivamente para comunicar las ideas que son aceptadas por la mayoría de la población, sino también para aquellas que pueden ser chocantes, inquietantes o hirientes. Adicionalmente, en el marco de una campaña electoral, la libertad de expresión puede y debe ejercerse de manera más amplia, aún a riesgo de excesos, provocaciones o exageraciones, pues es el momento más importante para la sobrevivencia del régimen democrático. En consecuencia, los candidatos deben aceptar que la prensa, sus contrincantes y los ciudadanos expresen sus opiniones, hagan críticas (aún ácidas), investiguen ampliamente e informen sobre sus vidas, sus planes de gobierno, el financiamiento de sus campañas, su patrimonio personal, el pago oportuno de los impuestos, etc. Es tan amplio ese derecho, que la Corte Europea de Derechos Humanos llegó a tolerar que se calificaran las ideas de un candidato como de un “oportunismo detestable”, “desprovistas de dignidad” e “inmorales”. Por su parte, la Corte Interamericana consideró válidas las críticas que hizo un candidato presidencial a su contendor, de quien afirmó que se había enriquecido durante una dictadura, gracias a los “dividendos” que recibía de empresas que manejaba el dictador.

Estrategia equivocada. Por eso, la decisión de doña Laura Chinchilla de acusar penalmente a don Otto es equivocada, no sólo porque las críticas de los contrincantes forman parte del juego democrático, sino también porque el juicio que pretende iniciar tiene pocas probabilidades de éxito si llegara hasta un Tribunal supranacional. Si don Otto no dice verdad, doña Laura debería demostrarlo y exponer la mentira, pero acusarlo penalmente es impropio del momento electoral que vivimos. Por su parte, la decisión de don Otto Guevara, quien contradictoriamente se postula como “libertario”, de no dar declaraciones a un medio de prensa, es también equivocada. Si, como dice don Otto, los periodistas de un medio de comunicación no ejercen su labor de manera ética, o si lo hacen con sesgo partidista, la mejor manera de denunciarlo es la de seguir dando declaraciones para poner esa situación en evidencia. Las ideas, con ideas se combaten.

¿Mal presagio? Finalmente, esperemos que la actitud de los candidatos no sea un mal precedente de cara a un posible gobierno. A partir de lo acontecido, me pregunto si doña Laura, como Presidente de la República, acusará penalmente a todo aquél que haga críticas que le molesten. O, si don Otto, como Primer Mandatario, se negará a responder a las preguntas de la prensa, cuando las mismas no sean de su agrado. En lo personal, como abogado, como ciudadano costarricense y como votante, espero que no.

Derecho Penal, Derechos Humanos y Guantánamo

Aunque parezca increíble, a estas alturas del desarrollo de la humanidad, bajo las órdenes de su anterior Presidente George W. Bush, los Estados Unidos de América crearon una prisión, en la Bahía de Guantánamo, Cuba, donde se practica la tortura como método de interrogatorio, donde los detenidos no están formalmente acusados, donde los principios del debido proceso, juez natural, justicia pronta y cumplida, o la presunción de inocencia, pilares de todo sistema penal de un Estado democrático, no existen. Semejante medida se pretendió “justificar” alegando que los allí detenidos son terroristas, enemigos jurados de los estadounidenses, y que para ganar la “guerra contra el terror” es preciso recurrir a medidas excepcionales, que sobrepasan el simple recurso al Derecho Penal ordinario.

Repaso histórico. Sin embargo, conviene recordar que el moderno Estado de Derecho se forjó, en parte, a través de la lucha contra el despotismo y la represión del ancien régime, combatiendo las arbitrariedades que permitían los sistemas penales y procesales de aquella época. En ese marco, las ideas de filósofos como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, y de penalistas como Beccaria, desembocaron en el nacimiento de principios y valores que son considerados, hoy día, como esenciales y pilares de todo sistema democrático. Entre ellos, se encuentran los principios de legalidad, de igualdad ante la ley, de la limitación del poder punitivo del Estado, la presunción de inocencia y el principio de proporcionalidad de la pena. Las democracias se distinguen de las dictaduras, en gran medida, por el respeto de estos principios y valores, que regulan el Poder estatal y protegen la dignidad de la persona humana.

El fin no justifica los medios. El episodio de Guantánamo será recordado, sin lugar a dudas, como un lunar en la historia de una nación que, en otras épocas, ha sido faro y guía para sus pares. Como bien ha señalado el profesor español Francisco Muñoz Conde, analizando lo que se conoce como “Derecho Penal del enemigo”, cuando las dictaduras mancillan derechos fundamentales y torturan a presos políticos, nadie duda que haya un uso ilegítimo y perverso del Derecho represivo. Entonces, ¿por qué juzgar de otra manera la utilización de esas mismas tácticas por un Estado democrático? El fin no justifica los medios. Si bien debe reconocerse que la lucha contra las modernas formas de criminalidad, entre ellas el terrorismo, plantea desafíos y retos considerables a los Estados, lo cierto es que el “combate” debe hacerse dentro del Estado de Derecho, respetando las Convenciones y Tratados sobre Derechos Humanos, así como las reglas aplicables a los conflictos militares, contenidas en las Convenciones de la Haya y de Ginebra.

Hacia el respeto de los Derechos Humanos. Por lo anterior, aplaudimos la decisión tomada por el Presidente Obama, quien, en la alborada de su administración y cumpliendo con promesas de campaña, giró órdenes ejecutivas para el cierre de la prisión de Guantánamo y prohibió el uso de la tortura como método de interrogatorio. Esas medidas, si bien plantean algunas interrogantes prácticas (¿qué va a pasar con los presos?), producirán importantes efectos jurídicos y políticos. En el primer ámbito, constituyen un paso esencial hacia el respeto de los Derechos Humanos, hacia la legalización y regularización de la situación de quienes han estado detenidos desde el 2001 en esa prisión. En el segundo, se trata de una buena estrategia de comunicación política, con la que el Presidente Obama busca restaurar la resquebrajada “autoridad moral” de su país y, de paso, distanciarse de las fallidas políticas de la administración Bush. Finalmente, porque al igual que el resto del mundo, los países del oriente tienen puestos sus ojos en el nuevo Presidente, a la espera del nacimiento de una nueva era en las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Como ha quedado visto, la novel presidencia ha comenzado tendiéndole la mano a la justicia, al derecho y a la prudencia. Esperamos que continúe por esa senda.